Los lectores sabrán juzgar

Miércoles//Los periodistas deben asumir plenamente sus opiniones y sincerar el lugar desde donde hablan. Todo es más fácil, más claro y más genuino. Eso conlleva la responsabilidad de no abandonar nunca la capacidad de autocrítica y la honestidad intelectual, sin las cuales el ejercicio de la profesión se vuelve injusto, falaz y previsible.

* Por Mauro Perna, periodista de EL CIVISMO

El del rol de los medios de comunicación es un debate urgente en Argentina desde hace por lo menos una década. La discusión se plantea sobre una amplia variedad de concepciones, formas de abordar el fenómeno que sirven como punto de partida para desarrollar distintas presunciones que pueden agruparse en dos términos antagónicos: periodismo independiente versus periodismo militante. Todos los que compartimos esta vocación y este oficio hemos sido interpelados por esta disyuntiva, que no es más que una falsa antinomia construida para deslegitimar el debate. Al poder no le gustan los cuestionamientos. Y los grandes medios hegemónicos, integrados en grupos empresariales con dilatados intereses económicos, son parte central del poder. Yo creo que el buen periodismo no admite exclusivamente ni una cosa ni la otra, pero implica parcialmente ambas.
En sus 100 años de vida, EL CIVISMO ha estado más cerca del denominado periodismo independiente, y acaso no sean pocos los que lamenten que esa postura haya cambiado. Sin embargo, EL CIVISMO nunca ha dejado de ser EL CIVISMO: un medio con una identidad profundamente vinculada a la historia de la ciudad y sus habitantes, pero ligada a su vez a los vaivenes con frecuencia turbulentos del clima social y la realidad política del país. Su trayectoria abarca desde el fervoroso yrigoyenismo de sus inicios, hasta la adaptación al terminante estado de cosas que impuso la última dictadura cívico-militar, pasando por editoriales antiperonistas y alfonsinistas. Los cambios de posicionamiento nunca han impedido, no obstante, que en sus páginas se expresaran las voces más discrepantes del momento. La última etapa del bisemanario, de la cual formo parte, ha entregado una publicación con intereses más amplios y enfoques más diversos, saldando una vieja deuda con sectores sociales y políticos relegados por los grandes actores de cada época.
En este marco, sin dudas reduccionista para un derrotero tan vasto, quiero pensar el rol del periodismo en un medio local con proyección regional que no puede sustraerse del contexto nacional. Soy de los que creen que los periodistas deben asumir plenamente sus opiniones y sincerar el lugar desde donde hablan. Todo es más fácil, más claro y más genuino. Eso conlleva la responsabilidad de no abandonar nunca la capacidad de crítica y la honestidad intelectual, sin las cuales el ejercicio de la profesión se vuelve injusto, falaz y previsible. No siempre es sencillo ni natural. Es un modo de entenderlo que es parte de nuestra integridad, un camino que busca conciliar los compromisos y las convicciones sin salir del barro en el que trabajamos todos los días. Sabemos que no existe la verdad, que hay hechos irreversibles que es necesario interpretar. Elegimos dónde poner la mirada y qué noticias vamos a publicar. Tenemos que tratar de escribir bien, con claridad. Se trata de informar y también se trata de opinar. Saber cuándo, dónde y cómo hacerlo es una tarea principal.
Creo que las tergiversaciones, las lecturas forzadas, el ensañamiento feroz, las mentiras y las operaciones a secas son prácticas injuriosas que mellan la honestidad del oficio. Tampoco lo honran la banalización y la espectacularización de las noticias, y cualquier otra práctica que subestime la inteligencia de la gente. Aunque no de forma exclusiva pero sí determinante, moldeamos opiniones y construimos puntos de vista en una sociedad hipermediatizada donde nadie escapa al flujo constante de la información. Los medios se reproducen, las voces se multiplican, el rating se entroniza. Todo pasa tan pronto como llega y la sustancia se diluye ante la urgencia. Rechazar estas tendencias disolventes es también un deber irrenunciable: los signos y categorías que utilizamos para dar cuenta de lo que vemos pueden liberar pero también estigmatizar. Habrá que apelar siempre a la humildad y a la prudencia. Todos los días se aprende algo nuevo.    
Estoy contento en el diario en que me toca trabajar, un ámbito plural donde cada compañero se puede expresar, un espacio en el que es frecuente el análisis, el debate y las discusiones. Que todo eso ocurra es síntoma de que el diario está vivo, que siempre hay nuevos puntos de vista por descubrir y temas por abordar. Luján crece y se expande, su sociedad se complejiza, nuevas realidades asaltan la actualidad. Para acompañar esta dinámica, tenemos que crecer, nos tenemos que superar. Tenemos el respaldo y la libertad para hacerlo. Esta pluralidad enriquece la comprensión frente a los hechos y nos reafirma tanto como nos hace dudar. Es una cultura saludable. Y hay una historia por continuar. Como siempre lo han hecho, los lectores sabrán juzgar.