Algo por lo cual luchar

Miércoles//Hoy nuestro oficio, afortunadamente, perdió su diáfana aura. La sociedad nos cuestiona, nos desconfía, nos provoca y nos descree. Ya no somos los que venimos a contar, objetivamente, las verdades ocultas (es que nunca realmente lo fuimos). Y eso se debe también a un cambio de época que todavía gran parte del periodismo no logra tolerar. Se atragantan con su propia altanería. El criterio de autoridad que antes los protegía hoy los pone en evidencia.

* Por Ezequiel Gigante, director de EL CIVISMO

Hace ya muchos años que el periodismo comenzó a ser interpelado por gran parte de la sociedad. Los motivos son muchos y a veces se cae en la pereza de simplificarlos o, directamente, evitarlos. No es mi intención aquí analizarlos ni plantear una reflexión diferente a las que normalmente cualquier lector puede encontrar en las disímiles versiones de esas interpretaciones. Pero resulta necesario, en una fecha tan significativa para EL CIVISMO, animarnos a cuestionar nuestra tarea cotidiana. Cuestionarla en el sentido constructivo del término.
EL CIVISMO nació en tiempos apasionadamente revoltosos. El 16 del siglo pasado sería el comienzo de una etapa de profundas transformaciones políticas. Se trató del advenimiento de los sectores populares a la discusión política. De los ignorados, de los despreciados. Fue nada más ni nada menos que la primera oportunidad de elegir democrática y transparentemente a su líder. Es cierto, en el campo económico, los poderes fácticos siguieron conservando su lugar de privilegio (para ello sólo hay que repasar el Gabinete de Yrigoyen). Sin embargo, el clima de cambio de época fue indiscutiblemente arrollador.
En esa coyuntura política EL CIVISMO vino a ocupar una posición bien clara. Nada de medias tintas a la hora de pronunciarse ni intereses solapados. Se trataba no sólo de "hacer" periodismo sino de defender una cosmovisión política. Los enemigos de esa cosmovisión estaban claramente identificados y, por lo tanto, la función de este medio era denunciarlos con nombre y apellido. Es más, si era necesario se los invitaba a duelo.
Volver a leer y releer esas primeras publicaciones de EL CIVISMO resultó, al menos para este escribiente, un acto emocionante y hasta revelador. Hoy no estamos acostumbrados a semejante estilo narrativo dentro de este oficio. Asombra esa prosa tan cargada de adjetivos, casi incendiaria, lapidaria. Estamos en presencia (de eso no hay dudas) de un periodismo "militante".
Es toda una discusión (de la que estoy cansado por su banal abordaje) si el periodismo debe ser o no militante. No voy a buscar argumentos a favor de una u otra posición. Lo que sí es ineludible reconocer y recordar es que, al menos EL CIVISMO, nació y transcurrió durante décadas como un bisemanario militante. Militante entendido como una práctica o ejercicio que consiste fundamentalmente en sostener, defender y rivalizar por una idea o sistema de ideas. En fin, no se trataba de otra cosa que de un periodismo ideologizado.
Pues bien, el país cambió. Nuestra ciudad también. El periodismo cambió. Y EL CIVISMO también lo hizo. En mi humilde opinión, con la llegada de Perón y el nacimiento del peronismo, el radicalismo se derechizó y con él también lo hizo este medio. La nueva antinomia peronismo/antiperonismo empujó a este medio hacia uno de los extremos. Atrapado en su matriz ideológica no pudo, no supo o no quiso aceptar o comprender la llegada de una profunda transformación política, la segunda en menos de 50 años.
Durante el oscuro período de la última dictadura, EL CIVISMO cayó en la trampa. No lo había hecho nunca antes. Siempre republicano, los golpes de Estado se condenaban sucesivamente. Hasta el último de ellos, cuando el "clima de la época" volvió a invadir la redacción y se replicó lo que muchos aceptaban como un lugar de "no retorno". Por primera vez en su extensa historia nuestro medio encontró argumentos para justificar el desembarco de lo que sería la dictadura más siniestra de nuestra corta vida política.
Hoy nuestro oficio, afortunadamente, perdió su diáfana aura. La sociedad nos cuestiona, nos desconfía, nos provoca y nos descree. Ya no somos los que venimos a contar, objetivamente, las verdades ocultas (es que nunca realmente lo fuimos). Y eso se debe también a un cambio de época que todavía gran parte del periodismo no logra tolerar. Se atragantan con su propia altanería. El criterio de autoridad que antes los protegía hoy los pone en evidencia.
Una vez, charlando con un conocido, me dijo: "Che, ¿cuánto cuesta la tapa de EL CIVISMO?". Medio incrédulo y medio ofendido le contesté "12 mangos los sábados y más barato los miércolesÂ…". Ahí está la clave. Ese es el daño de nuestra época. Hoy, con una naturalidad que angustia, muchos consideran que gran parte de lo que sale publicado en un diario tiene un precio. Y lo sostienen con argumentos verdaderamente irrebatibles. Los grandes diarios nacionales, en estos tiempos de negocios y grupos multimedios, le han dado un golpe de nocaut a la credibilidad del periodismo. Son máquinas voraces cuyo motor es acumular poder y capital. Informan, opinan e investigan. Es decir, hacen periodismo. Pero en defensa de sus propios intereses empresarios. Militan, solapadamente, para sostener y acrecentar su capacidad de extorsión e imposición.
Algunos sostienen que estos tiempos son difíciles. Es cierto, hoy el periodismo está tambaleante. Su columna vertebral, la credibilidad, está siendo seria y justificadamente cuestionada. Por eso, estos tiempos también son apasionantes. Son incluso necesarios. Pueden ser fructíferos. Y EL CIVISMO, como en cada etapa de su larga historia, tiene algo por lo cual luchar. Se trata, humildemente, de "recoger los clamores de los pobres, de los débiles, víctimas eternas siempre de los mandones que abusan del poder", decía en el 16. Se trata de seguir siendo un bisemanario cuyo fin es hacer periodismo y no una empresa cuyo fin sea acumular dinero. Se trata de seguir defendiendo y sosteniendo ideas sin ropaje ni antifaz. No en nombre de un partido. Tampoco de sus líderes. Y mucho menos en nombre de negocios.