Recuerdos

Miércoles//Cada vez que paso por la esquina de Lavalle e Italia, viene a mi mente el antiguo local de El Civismo como si fuera una postal. Un edificio con su entrada en la ochava, cuatro escalones, un escritorio (que todavía conservamos) y sobre el sillón un cuadro de Hipólito Yrigoyen que fue donado y posiblemente lo conserven en el comité radical.

* Por María Mercedes Márquez, ex directora de EL CIVISMO

Cada vez que paso por la esquina de Lavalle e Italia, viene a mi mente el antiguo local de El Civismo como si fuera una postal. Un edificio con su entrada en la ochava, cuatro escalones, un escritorio (que todavía conservamos) y sobre el sillón un cuadro de Hipólito Yrigoyen que fue donado y posiblemente lo conserven en el comité radical.
Quien ocupaba ese sillón era mi abuelo, con un carácter fuerte, hosco, tras el que escondía una cariñosa personalidad. Desde allí manejaba los hilos del periódico, en aquel entonces semanal, y recibía a personas destacadas de la ciudad como D. Federico Fernández de Monjardín, a quien conocí en mi adolescencia.
Pero, además, era quien me hacía barquitos de papel para que, en los días de lluvia, navegaran junto al cordón de la vereda. Fue quien un año me llevó a Mar del Plata, a un hotel de la familia Zandegiácomo, sus amigos, y ambos conocimos el mar.
Fue quien me esperaba con las golosinas o galletitas cuando volvía de la escuela y me trepaba a la ventana de la Municipalidad donde estaba su despacho de juez de Paz.
Ese emblemático edificio, que en las otras esquinas estaba el Telégrafo que dirigía Cabreros, el mercado Roel de Rosso y el almacén de Zandegiácomo, terminaba sobre Italia en un amplio zaguán, con escalones de mármol que lindaba con la casa de "Pilo" Manno y de donde yo aparecía perfumada con distintos aromas de los perfumes que allí encontraba. También, sobre la calle Italia había una pequeña ventana en la que podía verse una figura varonil, con su componedor y levantando los tipos con la uña del dedo meñique (larga, específicamente para esa tarea). Era mi padre.
Lo recuerdo arriba de su bicicleta roja, con manubrio de ciclista y un broche en el pantalón, con su overol (jardinero) verde de grafa. Lo recuerdo llegando a casa donde lo esperábamos con su vermout: Gancia con fernet. Recuerdo sus lágrimas cuando rompieron despiadadamente la primera impresora que tuvo como propia El Civismo, que en sus principios era manual y luego le colocaron el motor que levantaba el papel.
Recuerdo los sábados por la noche, sentados frente al televisor, viendo la serie en blanco y negro "Misión Imposible" después de la cena. Imperdible. Y los domingos por la mañana, cuando salíamos en dirección al río, cruzábamos por las compuertas y charlábamos mirando pasar el agua cristalina o daba vueltas en el trencito que paseaba por el parque. Ya a la tarde, cruzábamos la calle Dr. Muñiz, de tierra, y las vías de la vieja Estación Basílica, para llegar a la casa de un comisionista que llevaba las fotos o logos para hacer clisé.
Con el paso de los años, los domingos almorzábamos en el Hotel de la Paz o en el Rancho X. El "gringo", como lo conocía todo el mundo, nunca tuvo auto ni vacaciones ni casa propia por el temor a endeudarse y no poder pagar. Sí era fan del Club Luján y de Julio Sosa, al primero lo disfrutaba cuando era local y al segundo lo seguíamos, en colectivo, por los bailes de ciudades vecinas donde se presentaba.
Cuando yo intentaba trabajar con él en Lavalle e Italia siempre recibía un "no", porque allí "eran todos hombres". Recién pude ayudarlo en su trabajo cuando se mudaron al actual edificio. Unos pocos años… Pero yo me había impuesto el compromiso de seguir con el semanario, aunque no pensaba que iba a ser tan pronto. Alcancé a estudiar algo de periodismo pero el 17 de noviembre de 1971 mi padre se internó sabiendo que su vida allí terminaba.
Y aquí comienza otra historia más reciente que hoy dejé en manos de mis hijos.