El siglo de la vida

A poco de celebrar 100 años, Juan Pedro Sanseau, vecino de Jáuregui, rememora anécdotas, repasa imágenes que aún conserva, y diálogos que le acercaron a distintos momentos de la historia.

Juan Pedro Sanseau tiene en su casa decenas de cuadernos con mandalas pintadas a mano; de distintos colores y figuras le fue dando vida a cada una sobre el papel. Cuando se mira con atención una mandala, aparecen sombras y formas diversas. Es una travesía que se realiza a través de la propia experiencia y la imaginación.

Juan Pedro cursó durante cuatro años el taller de Memoria que se dictaba en el Centro de Jubilados de Pueblo Nuevo. Allí, se reencontró con una actividad que pocas veces había realizado cuando chico: pintar dibujos. Hoy, muchos años después, es lo que le mantiene activo y con ganas de seguir creando emociones y recreando momentos a través de los colores. Él mismo se asombra de lo bien que quedan las mandalas una vez terminadas, lo prolijas que lucen y lo bellas que se ven enmarcadas en la pared de la cocina de su casa.

Juan Pedro Sanseau nació un 7 de febrero de 1915 en Estación Bonifacio, en el Partido de Guaminí. Su padre José, llegó desde Francia en 1890 con un grupo de familias que habían viajado a Argentina, traídas por un señor que en ese momento tenía allí un campo desierto. "Tuvieron que hacer pozos para sacar agua, tuvieron que hacer sus casas, porque no había nada. Y el hombre los ayudaba; pero un buen día no apareció más, hipotecó el campo y se fue, entonces quedaron ellos ahí, dispersados. Empezaron a  caminar de un lado para el otro, y me dijo mi papá que hubo una peste que mató a muchos chicos, y él decía era más grande el cementerio que habían hecho en el campo que los habitantes que había. Mi padre se fue a una estancia, ahí trabajó unos cuantos años, hasta que se casó en 1903".

Juan Pedro relata paso a paso la historia de su familia. En Bonifacio, Laguna Alsina, los padres tenían en la casa una galería abierta. Allí había un pizarrón grande y cada día su padre sentaba a sus once hijos y les enseñaba a leer y a escribir. Todos hicieron, entonces, los primeros grados. Luego, se trasladaron a Bahía Blanca para culminar los estudios primarios. "Pasamos tercero, cuarto y cuando pasamos a quinto no había maestras y fue a dar clases un maestro particular, que era español, que nos decía Sanseú. Mi hermano era más inteligente que yo, así que siempre me copiaba un poco de él. Y ahí aprobamos el sexto grado porque la maestra era prima mía", recuerda.

En 1949, un 11 de junio, se casó. Tenía 34 años y su esposa, Georgina Pagano, 27. La madre de Georgina, Dolores Vallerino, se recibió de maestra en la primera promoción de la Escuela Normal de Luján, en 1916. Cuando comenzó a ejercer pidió un lugar de destino y la enviaron a Bonifacio. Allí se conocieron Juan Pedro y su esposa, se casaron y nació su primera hija, María Amelia. Ambos viven hoy en Pueblo Nuevo.



"MI PADRE ERA YRIGOYENISTA A MUERTE"

Cuando el padre de Juan Pedro llegó a Argentina, y las cosas se habían puesto difíciles,  envió cartas al consulado francés solicitando ayuda. Al no recibir respuesta, decidió escribir directamente a Francia, pero tampoco le contestaron. "Mi papá no quería a Francia porque Francia no los atendió nunca, pero cuando cumplió los 20 años recibió la citación para el servicio militar de ese país", cuenta Juan Pedro. "Mi papá preguntaba, cómo sabían la dirección mía, quería decir que la carta la habían recibido".

El papá de Juan Pedro fue concejal en forma gratuita por la Unión Cívica Radical en Guaminí. Era partidario de Yrigoyen, y estuvo también en el Consejo Escolar. "Mi padre era Yrigoyenista a muerte, él fue candidato a intendente de Guaminí. En la noche del 30 vinieron con la noticia que Uriburu había tomado el gobierno, conservador, contrario de Yrigoyen, y habían ido a buscarlo a mi padre para llevarlo a la casa de un señor que tenía una radio, para que escuchara a los concejales hablando, oh mire lo que entran, entra gente nueva,¡son todos orejudos! decían. A los conservadores le decían orejudos, no sé por qué. Esa noche volvió, se acostó a dormir, y estuvo 8 días en la cama, de tristeza y de rabia que tenía que habían tomado el gobierno de Yrigoyen".



UNA VISITA DE ÁFRICA

Cuenta Juan Pedro que cuando él era chico, en su ciudad natal, llegó una vez un hombre de África, de Cabo Verde, que se embarcó rumbo a Estados Unidos y desde allí a Puerto Belgrano, cerca de Bahía Blanca. Ahí le dieron permiso para bajar y no regresó jamás al barco. Caminó entonces hasta Bonifacio; el hombre hablaba portugués así que poco y nada se le entendía.

Había en el pueblo un señor oriundo de Portugal que tenía una quinta y algunas vacas. El papá de Juan Pedro era el que vacunaba las vacas y tenía más experiencia que todos los chacareros. Este señor de Portugal, se llevó al africano a su quinta para trabajar. En una oportunidad llamaron a José Sanseau para vacunar al ganado, hicieron el trabajo entre todos y el portugués dijo vamos a sentarnos a tomar unos mates a la sombra. El africano se acercó sin saber qué rumbo tomar, y el portugués lo llamó y le dijo que no se quedara allí. El papá de Juan Pedro lo frenó y dijo, un momento este hombre ha trabajado tanto como nosotros y tiene derecho a sentarse, descansar y tomar un mate si quiere. El hombre abrió los ojos grandes, lo miró y no dijo nada. A la mañana siguiente apareció en la casa, qué anda haciendo acá, preguntó Sanseau, a lo que respondió: le dije al portugués que me iba, entonces me llevó hasta la estación, pero yo no subí al tren, me quedé en Bonifacio. Con ayuda consiguió trabajo en un tambo y estuvo allí muchos años. Se llamaba Francisco.

"Cuando hacían la procesión, el negro llevaba una bandera y caminaba 10 metros delante, con traje oscuro, así que ya lo conocía todo el pueblo. Siempre nos visitaba y nosotros lo esperábamos porque nos traía caramelos. Al primero que estaba le daba la bolsa y decía vocé convidar a todos.

"Después se enfermó, y dijo que quería ir a vivir al campo con nosotros. Le preparamos una piecita cerca de un galpón que había, y ahí estaba muy bien; para ese tiempo yo tenía más de 20 años. El doctor lo atendió un día y me dijo a mí, a este hombre hay que llevarlo al hospital. Y bueno, lo llevamos, se internó y ahí estaba, contento. Después se puso cada vez peor, tenía un tumor en el intestino, podían haberlo operado pero no lo hicieron porque en Bonifacio no había para sacar radiografías", relata Juan Pedro.



DESDE EL PRIMER SUPERMERCADO A LA ALGODONERA FLANDRIA

A Jáuregui, Juan Pedro y su esposa llegaron en 1955. Un hermano de Georgina les propuso abrir un negocio: Mercado y Despensa San Pedro, así se llamó; fue el primer supermercado de la zona. Tras varios años de trabajar allí, el comercio cerró. "Cuando se cerró el negocio, dije, y ahora qué hacemos. Sobre ruta 5 había una granja de pollos, yo conocía al dueño porque iba a comprar al mercadito, Comodoro Pérez Estévez, la granja se llamaba Golden Egg. Al tiempo cerró porque vino una peste y se murieron muchas gallinas. Fui a trabajar a otra pollería que había más para el lado de Luján. Sobre la ruta 5 había un señor que tenía una iglesia y una granja de gallinas ponedoras, tenía cerca de 500, y tuvo que cerrar; ahí trabajé también. En esa época había comprado una cocina a plazos y tenía que pagar. Como no nos pagaban el sueldo por la mala situación, le conté al dueño del negocio lo que había pasado y me dijo, no se aflija, usted va a trabajar y cuando trabaje me va a pagar", relata Juan Pedro.

No era una buena época. En 1965, a los 50 años, Juan Pedro pidió trabajo en Algodonera Flandria. "Había una fábrica, de un belga, Don Julio Steverlynck. Antes acá era todo campo, la estación sola estaba, había un señor Jáuregui que tenía un molino y por él se denominó a esa estación. Don Julio compró todos los terrenos, hizo escuelas, iglesias, le ayudó a la gente a trabajar, le compró terrenos, les daba facilidades, los ayudaba para construir las viviendas.

"Era una fábrica muy grande, decían que era la más importante de Sudamérica. Yo le pedí trabajo al jefe de personal porque lo conocía, y me dice, estamos en mal momento, no quieren tomar a nadie, pero yo le voy a conseguir algo. A los días me dice que me había conseguido algo: para que no se note tanto que entra, va a entrar de noche para recorrer las secciones. Trabajé dos años ahí y después me pasaron de día a la portería de mujeres".

Juan Pedro no tenía aportes. Había trabajo durante toda su vida y fue recién cuando entró en la algodonera que consiguió formalizar su empleo; trabajó 23 años y con eso se jubiló.  

Además de María Amelia, Juan Pedro y Georgina tuvieron en Jáuregui dos hijos más: Marina y Gerardo. Hoy, la familia se completa con siete nietos; el mayor de 34 y el más chico, de 6 años.

Un día Juan Pedro leyó en el diario que en el Centro de Jubilados de la localidad se dictaba un taller de la Memoria y sin pensarlo se decidió a ir. Pintar mandalas se trasformó para él en una actividad que le ayudó a mantener un estado mental positivo; sus propios hijos se asombran hoy de la afición del padre por este arte. En una oportunidad, María Amelia le preguntó a su papá por qué le gustaba esa actividad; y él le dijo porque cuando yo era chico no jugaba a pintar.