Diez años en las rutas de Cortínez

Sábado//En el cruce de Tropero Moreira y Mosconi, el singular puesto de Juan Carlos ofrece algo más que churros, mates y facturas. La historia de un vendedor callejero que hace un culto al servicio: “Para mí los clientes son como mi familia”, confesó.

Clavado en la esquina de Tropero Moreira y General Mosconi, el lugar de trabajo de Juan Carlos, el churrero del pueblo, parece más un parador instalado a la vera de la ruta que un puesto de venta callejero. Además de comprar churros, tortas o facturas, la clientela permanente y ocasional puede hacer un alto y tomarse unos mates en alguna de las mesas que el propio Juan Carlos fue armando con mucho esmero y no poca creatividad, reciclando viejas maderas que le salieron al paso. El horno de barro siempre está encendido, la pava tiznada apoyada sobre el fuego, el piso de tierra barrido luce impecable. Juan Carlos convida un pedazo de pan dulce mientras enseña el arbolito de navidad que armó con una rama de pino para ponerse a tono con las fechas.   
"Hace diez años que vendía acá en la ruta 7, hasta que se comenzó a construir el puente y no pude hacerlo más", contó el churrero que solía ubicarse en el cruce con las vías del ferrocarril San Martín, donde actualmente se levanta el intercambiador de la futura Autopista Luján - San Andrés de Giles. Enfrentado a una mudanza forzosa, Juan Carlos buscó otro lugar donde ofertar sus productos: "Entonces me fui más adelante, al cruce de la VTV. Pero no se vendía nada, la gente seguía de largo. No hacía más de 30 ó 40 pesos por día y con eso trataba de sobrevivir", recordó. Entonces un buen día estaba friendo churros en su casa y de pronto le vino a la mente la imagen de un lugar largamente conocido: "Por este lugar yo pasé todos los días durante 10 años, pero hasta entonces nunca pensé que me iba a terminar quedando acá", indicó en referencia a la esquina donde construyó su boliche a cielo abierto.
Como muchos otros, antes de empezar con la venta callejera Juan Carlos supo ganarse la vida de otra forma, principalmente en fábricas de la zona: "Primero estuve en Linera Bonaerense, después en Curtarsa. Tuve un accidente en el brazo que se me curó mal y ahora cada vez que hago fuerza se me acalambra. Entonces ya no les servía. Me cansé de tirar currículums por todos lados, pero no conseguía nada. Así que un día arranqué con esto", señaló.
"Yo soy muy creyente. No soy fanático, pero creyente, y siempre dije que ese lugar de las vías fue bendecido por Dios. Así como me dio ese lugar, ahora me dio este. Yo pedí por este lugar. Cuando estaba ahí en la VTV y no vendía nada le pedía a Dios: "Necesito trabajar para mantener a mi familia". Y el lugar apareció", confesó Juan Carlos. De esta forma, se entiende un poco mejor la limpieza y el esmero que trasunta el lugar, inusuales para un puesto de venta callejero instalado en plena banquina. No dejan de sorprender los canteros con plantas, un puentecito para esquivar el agua que corre por la zanja en los días de lluvia o el sencillo refugio de madera construido para que la gente espere el colectivo guarecida.
"Hace 7 u 8 meses que estoy acá. Cuando llegué no había nada, estaba todo el pasto largo. Yo siempre tuve la conciencia de que era un lugar bendecido por Dios, por eso lo cuido tanto. Y agradezco a la gente de Cortínez, porque yo soy de Pueblo Nuevo y me tratan como si fuera de acá", agregó.
Siempre que el tiempo lo permita, Juan Carlos se instala temprano por la mañana a vender churros, tortas fritas, pastelitos, pan casero, tortas de chicharrón y hasta pan dulce. "No hay un horario fijo. Yo arranco a las 8 de la noche armando la masa en casa. El amasijo hay que armarlo bien, si uno lo hace con el corazón hay que darle buen descanso. Si lo querés hacer apurado y vender cualquier cosa, lo hacés todo rápido. Mientras tanto, tomo unos mates con la familia, con mi hijo que me ayuda y que está aprendiendo el oficio. Después me acuesto un rato y a las 2 me levanto y empiezo a cocinar", explicó. "Algunos días me quedo hasta después del mediodía. A veces me quedo hasta las 4 ó 5 de la tarde. Depende. Uno nunca sabe cuándo se va a vender", completó.
Templado por las largas horas al costado del camino, Juan Carlos disfruta cuando algún cliente se detiene unos minutos a charlar o a tomar un mate. "Yo trabajo en la calle y vivo en la calle. Para mí los clientes son como mi familia. Mi familia espiritual. Por eso el mate está siempre listo. Primero lo puse para tomar yo, que soy muy matero, y de a poco le fui convidando a los clientes cuando paraban a llevar un churro o una rosquita", expresó. En este marco, los parroquianos y los casuales intercambian todo tipo de relatos: "Siempre viene alguno que se pone a contar historias. A mí me interesan las historias de la gente grande. Acá hay un vecino de más de 60 y que viene poco, pero cada vez que viene me alegra el día porque hasta tangos nos ponemos a cantar. Eso es lo lindo también del trabajo. Por suerte la gente me respeta y respeta el lugar porque lo ven limpito y ordenado. Lo cuidan porque saben que estoy trabajando y que lo único que quiero hacer es trabajar", concluyó.